En los negros páramos de los adolescentes
ensueños, dos pardos búhos con alas de tiempo
rasgan las frías tempestades del tosco cuerpo
y mastican los besos de los atardeceres.
Uno es el amo de los narcóticos cadalsos
que en los cerrados cuartos esperan serenos
el flemático caminar del hastiado cuello;
el otro es capataz de los ásperos pasos
que se acortan en el acantilado de la vida
y cortan las rojas cascadas con una cuchilla…
Ellos son los que mueven nuestros oscuros hilos,
los que en las grises noches del largo invierno
nos invitan eternamente a los acervos
a divagar entre la locura y el suicidio.