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EL HOMBRE QUANTICO

EL HOMBRE QUANTICO          

 

Los rayos de la maquina lo cruzaron a pleno; de piel a piel y  de cabeza a los pies.

Las radiaciones del sorprendente aparato habían penetrado hasta la más profunda e intrincada materialidad de las partículas que vagaban en la incertidumbre de la existencia.

Jamás habían previsto los físicos las fantásticas cualidades del espacio y de la materia; eran tan extrañas que la imaginación las asimilaba a la magia.

 Eran humanos y como hombres procedían. Continuaron a pesar de los alarmantes fenómenos que se sucedían. Era lógico… ningún científico cejaría en su labor, frente a las maravillas de materia, existencia y espacio que se estaban contemplando.

Según especulaciones sobre lo que estaba sucediendo, el profesor accidentado tendría que comenzar a encogerse y continuar de esa forma hasta el infinito.

Tales las notables cualidades cuánticas del ingenio cibernético que jamás mente humana había concebido.

El profesor Lúe tomo  conciencia de que Newton, Galileo, Einstein y muchos otros; Schrödinger, Hawkins, fueron unos limitados observadores de la realidad y  habían quedado únicamente para la Enciclopedia.

Nada tenía el Universo en lo más profundo de su esencia, de  lo que ellos habían imaginado.

                                                                                                          Emprendió, Lúe, con las primeras precauciones para  mitigar las  desgracias de su terrible y muy curioso destino.

Sabía que no podía contar con el mundo exterior; entre sus colegas hubiera sido un cobayo.

 Estuvo en el laboratorio y también en su casa en la angustiada forma de una despedida, pero después ya jamás regresó; arrendó un pequeño departamento, pagando el precio por adelantado y pensando que cuando se iniciara una investigación sobre su paradero ya no estaría allí. Vaya saber en qué remota dimensión se encontraría achicándose paulatinamente… Pensaba el profesor.

Se llevó el gato de su casa sabiendo que podía llegar a ser peligroso en poco tiempo. Por ahora lo prefirió a ratas y ratones.

En una semana había disminuido su talla en 10 cm. y le resultaba insoportable exhibirse ante la gente en esas condiciones.

Era extraño, porque por otra parte, se sentía sin ansiedad y sin angustia; tal vez a su conducta la ordenaba su mente metódica de científico, que privilegiaba su profunda curiosidad.

De lo primero que se ocupo fue de alimentos y medicamentos.

Sus abstrusas meditaciones abstractas de física profunda lo subyugaban y estaba anonadado y estupefacto por las últimas e inesperadas revelaciones sobre pasado y futuro,  dimensiones de tiempo y espacio, incertidumbre y eternidad.

Llevando una estricta observación de los tiempos de encogimiento pudo observar una progresión geométrica en su ritmo.

En este momento media 1,20 de estatura. Y el fenómeno se aceleraba.

Pensó también en el agua.

En un almacén de recipientes se hizo de envases que disminuían en su tamaño gradualmente.

Asombrado por su curiosidad de científico, cavilaba sobre el poder no previsto del ingenio cuántico; de la maquina cibernética que estaba contemplándolo cuando lo bañaron los rayos

Aunque hubiera sido una notable información para su equipo científico, de nada le serviría en su situación saber cuánto mediría en días posteriores; pero de igual manera coloco un centímetro con chinches en la madera de un placar.

Ahora estaba midiendo un metro.

Cuando el gato volcó los recipientes de agua en uno de sus correteos tras un bollo de papel, pensó de inmediato en otra solución.

Necesitaba una cánula de goma para enchufarla a un apéndice muy angosto adherido a la canilla para que fuera derramando agua lentamente en los contenedores cada vez más pequeños, que facilitarían su manipulación aun para un ser diminuto.

Entonces emprendió la última aventura al mundo exterior; en la ferretería lo miraron como se mira a un enano, pero nada más. Y trajo todo lo necesario para su acueducto además de un periódico; evidentemente, como lo había imaginado no aparecía noticia alguna.

Los científicos ocultaban la peligrosa catástrofe sucedida, en protección de sus experimentaciones. Así se evitaba la manipulación política y la intervención federal.

La ansiedad y la curiosidad superaban a  la responsabilidad. A su familia, seguramente no fue difícil distraerla.

En cuanto llegó al departamento, se cuidó de cerrar con llave previendo que sería la última oportunidad en que saldría a la calle; e inmediatamente se puse en la industria de solucionar el tema del agua.

Cuando termino el acueducto que descendía de la canilla en la pileta de la cocina, el hombre media ochenta centímetros.

Al llegar la tubería al piso descargaba algunas gotas por minuto en un vaso que podría ser un dedal o un receptáculo menor; era muy previsor e inexcusablemente pronto necesitaría del agua del aparato. Por más pequeño que fuera a ser, tendría sed.

…Setenta…Sesenta…Cincuenta centímetros…

…Veinte…

El gato apoyó las patas en su pecho y lo tumbo de espaldas, pero como jugando, sin sacar las uñas. Lo olfateo, lo lamio y se retiró. El animal estaba desconcertado.

Al final durmió y cuando despertó se paró al lado del centímetro clavado a la puerta del placar.

…Diecinueve…

Abrió todos los paquetes de “Gatti” y derramo su contenido por el piso…Le costó un pequeño esfuerzo, pero pudo abrir la puerta subido a la escalera traída desde el principio, de la juguetería de muñecas.

Ya no tenía sentido temer la entrada de gente y dejo una hendija para que el gato pudiera salir.

Cuando se acabara el alimento abundante que le había dejado y él estuviera en desconocidas infra dimensiones, podría marcharse.

Pero el gato se puso peligroso y movía la cola como un tigre. Lo hacía como distracción, solo por un interés lúdico..

Pero los gatos son gatos.

 Finalmente el minino tuvo que sucumbir. Jugaba con él como si fuera una pelota. Con los golpes juguetones la pasaba mal y tuvo un desmayo.

Con mucho esfuerzo levantó la tapa de una lata ya abierta, con un pequeño clavo como palanca; y con la estricnina, que había traído para él mismo por las dudas, el gato se devoro golosamente las sardinas. Al rato el felino vómito y se murió.

Con casi diez centímetros la perspectiva del entorno era fantástica; estaba rodeado de construcciones enormes, apabullantes paredones y farallones, que hubiera desconocido de no recordarlas desde su talla normal.

Lo atormentaba el estrepito de la pequeña radio sonando en el suelo,  a la que no podía apagar. Desde hacia un tiempo no contaba con la fuerza para poder hacerlo. Al fin con algo de voluntad pudo bajar el volumen.

Estaba encendida por su interés en las noticias del accidente.

Y presumió que la dilación de sus colegas para hacer pública su tragedia podría señalar la ocurrencia de otros hechos que no deseaban divulgar y que él no imaginaba. 

 Es bien sabido que el grosor de una cuerda no es proporcional a su resistencia.

                                                                                                           Así si se achica lo suficiente un jamón colgado y la cuerda a la que está sujeto, en algún momento el jamón caerá.

Eso ocurría en piernas y brazos del profesor cuando apareció la rata. La talla de Lúe era de diez centímetros.

Entre todas las cosas imaginadas en largas horas de soledad no faltó el encuentro con variadas alimañas en las que jamás había reparado, pero ahora se volvían monstruos dada su pequeñísima altura y la escaza resistencia de dedos, brazos y piernas.

El animal se acercó con prudencia pero con decisión y agredió al profesor.

 Lúe se defendió  con aguja muy pequeña asida con esfuerzo por el ojal.

A los manotazos del animal los sentía como golpes violentos, pero esta vez la buena onda estuvo de su parte y la aguja penetro en el ojo del atacante.

En esos momentos realmente la suerte lo acompañaba, porque pasados unos instantes la aguja se hundió en el segundo ojo del gran ratón, que huyo chillando.

Con cinco centímetros de estatura  en un cuerpo humano, era imposible que el cerebro funcionara, o lo hicieran los  ojos y oídos.

Pero extrañamente conservaba la conciencia, veía y oía.

Más que conocimiento, recibían los físicos, preguntas e incógnitas para las que no tenían las mínimas respuestas.

Ni siquiera podía tenerse en cuenta la reflexión de Einstein de que lo más extraño que tenía el Universo era que podía entenderse.

Cuando midió un milímetro ya había perdido toda referencia para saberlo; las dimensiones del centímetro clavado al placar, el placar y todo el interior del departamento estaban fuera de cualquier posibilidad de ubicuidad.

Y más pequeño aun que una milésima de milímetro, y que una millonésima, y mucho más aun…

El hombre cuántico, sin frio, sin calor, sin sensaciones físicas se iba precipitando vertiginosamente hacia la eternidad.

Percibía sin ojos, sentía sin oídos, pensaba sin cerebro y con un ímpetu misterioso era arrojado a extrañas concavidades, oquedades, rectas sin fin y convexidades fuera del espacio.

Pasaron moléculas, átomos, protones, electrones con incertidumbre y partículas inimaginablemente más pequeñas.

Y colores que no conocía y sonidos que no concebía.

Pero todo era más grande, a cada momento todo cambiaba y las partículas fueron átomos y estos devenían en moléculas, elementos, mundos y soles.

Las galaxias brillaban, pero ya eran otra cosa…El universo entero era distinto y se había volteado sobre sí mismo y así pulsaba como un corazón humano, aunque el Hombre Cuántico ya no se asombraba.

Como un guante se ponía del derecho y del revés en formas y tiempos iguales que la fracción infinita de la unidad más pequeña lo mismo que si fuera eterna grandeza sin final.

Nada era pequeño, nada era grande y cuando todo comenzaba a terminar…Todo terminaba de comenzar…

En un zodiaco más allá de razón, de lógica y de ecuación todo era la nada y la nada se hacía más espesa y era todo.

Y en un Aleph colosal, el Hombre Cuántico, vio el translimite y encontró el transfinito.

 Todo fue luz, todo fue entendimiento y todo finalmente fue paz.

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