Alberto Escobar

Desesperado

 

 

Cerré la puerta de la oficina con el olor a traición en
la pituitaria.


Sentía una comezón escarbándome el alma, que no
pude calmar durante el trayecto de vuelta a casa ni
con los pensamientos más sensatos que guardo en
mi repertorio.

Es cierto que nuestra relación flaquea desde hace
tiempo.

Es cierto que mi mujer últimamente está a falta de
fósforo, se le olvida con frecuencia ingredientes
que antes no, y mi vecino, muy solícito, le provee
de lo necesario, también diría de lo innecesario, ¡no 
sé si me entendéis!

Ayer justamente la eché en falta en casa y fui a la
del vecino a inquirir (¡por si sabía algo el puñetero!)
y, así fue, me la encuentro riendo con él hablando 
de algo que sonaba muy personal.

Pero lo malo de esto es que se calló nada más que 
notó mi presencia, sospechoso ¿verdad? ¡Bueno, 
volviendo al asunto!, llego a casa, escucho un golpe, 
como de caerse algo al suelo, y después la frase:
¡escóndete no sé qué más! Acto seguido, Marcela,
que así se llama mi mujer - es decir, mi ex mujer -
acude presta a mi encuentro besándome como
siempre, como si nada...

Total, que aquí me encuentro ahora, con el maletero
del coche cargado de bolsas de basura en medio de 
un descampado, el más alejado de la vecindad que
conozco.


Por seguridad.