Me gusta pensar que voy a verte. Aunque no lo haga, aunque no lo intente, cuando voy a la ciudad suelo pensar que voy a verte. Y siento que puedo verte en cualquier lugar, en cualquier calle,
en cualquier tienda, en cualquier parque...
Recuerdo cuando cada mañana salía al río y solía pensar que te vería. Ansiosa, miraba cada coche que paraba, cada persona que pasaba que pudiera asemejarse a tu figura, a tu forma de vestir o a tu manera de andar. Hace tiempo que he desistido de ello, nunca vendrás y cada mañana salgo ya conformada; en lo más profundo de mi alma no sé muy bien si se ha acomodado la desilusión o se me ha muerto la esperanza.
Pero cada vez que vuelvo a esa ciudad esa ilusión revive y me gusta pensar que voy a verte.
La paz de saber que no te veré se mezcla con esa esperanza latente y la emoción no se apaga y creo verte cuando salgo a las calles, creo verte delante, o detrás, en cada hombre con tu perfume que se cruza en mi camino, y en cada andar militar, creo verte en cada coche, en cada esquina, en cada tienda y en cada recodo de aquellos jardines que tanto amo desde que los recorrimos.
De todos mis pensamientos el que más me gusta es pensar en ese de que voy a verte.