Pasaban las horas y mi padre no llegaba,
mi madre preocupada
por lo tarde, que la noche alcanzaba,
el hombre traía puesto solo un suéter,
poca cosa que le abrigaba.
Por debajo de los pies
solo calzétas delgadas,
que mama le arreglaba.
Mi madre y yo acurrúcado
frente a una fogata,
que nos cubría del frío de la noche
mientras esperabamós
al hombre que llegara.
Las horas pasaban lentas,
los perros afuera ladraban,
mirabamós para ver quien llamaba
cuando vi una lagrimá,
que a mi madre en su mejilla le rodaba,
yo con un beso se la robaba,
para verla tranquila
y no verla preocupada.
Nos sentamós frente al fogón,
nos dormimos por un rato,
a lo lejos se escuchaba,
el maullar de un gato
y el grito desesperado de un hombre
que venía con su espanto,
para entregar la noticia
que en la otra esquina,
hubo un asalto,
mi madre me abrazo fuerte,
para tenerme en su regazo
como pude salí corriendo
para ver quien era el hombre caído
y poder decirle a mi madre,
que no era mi padre, el fallecido.
Pero, al verlo me di cuenta,
que era mi padre,
quien estaba en el suelo, tendido,
con una bala en la frente,
y otra en el pecho,
mientras el hechór
me pedía perdón,
por abérlo confundido,
y yo siendo aun, un niño
me quede en el cuerpo de mi padre dormido
para ver si escuchaba el hombre,
el latir de mi gemido.
al volver la vista atrás,
vi a mi madre de rodillas
pidiendolé a Dios, que le devuelva
a su hombre,
a quien tanto quería.