10 de diciembre de 2016.
La otra noche,
una de esas noches cualquiera,
en las que tu retrato se volvió consuelo y esperanza. Salí al patio para tomar aire y también para encontrarme con algún suspiro tuyo dedicado a mi.
Grite,
no literal, pero si mentalmente
tu nombre al horizonte que por ojos llevas.
Y sentí una necesidad controlada
de querer estar contigo,
queriendote, así como la gente sin miedos se quiere.
Me he puesto a cortar estrellas de los árboles y riego todos los días el prado de la esperanza, para que nunca muera.
Espero tu llegada,
consciente de que se interpone entre los dos un abismo
que se crece conforme pasan los días.
Te deseo salud
y que el corazón demande
la lejanía.