Un día como hoy
mis versos se enredaron
con tus oídos.
Para mi infortunio
accediste a mí,
y desde entonces
el insomnio carcome
mis madrugadas.
Ese es el precio
que pago por haberle fallado
a aquellos ojos enmielados,
que me querían,
pero en fin...
No bastó con quitarle una lagrima,
ni dibujar en sus pupilas mis labios en otros labios.
¡Que desdichado fui!
Le escribí \"perdón\" en todas las paredes que encontré,
no fue suficiente.
Pasaban las horas,
los semestres de la universidad,
mujer tras mujer.
Y pude darme cuenta
que el corazón echa raíz,
cual cedro en la selva o árbol de Brasil.
Cuanto la quise,
mi mamá la quería.
No la busco
ni la necesito,
pero de pronto es necesario
repasar la memoria de los idílios,
que presionan al pecho,
que atormentan la calma.