Mi alma en reverencia honra a la tuya, amor.
Ansiando sea tu estancia morada de paz suprema, cariño mío.
He aquí mi corazón fundido en letras,
intentando tejer palabras hermosas,
que logren cobijarte amor, en esas noches gélidas e indiferentes,
cargadas de nostalgia.
Tejido que cubra tú pecho en vibrante luz
y reavive un suspiro honesto y juvenil.
Los hilos disipados han abierto la posibilidad
de mostrar lo anudado en el lazo gordiano de nuestros afectos.
El carácter, las virtudes, los valores y la gallardía
con que afrontamos la vida que siguió después,
sin ti, sin mí, sin lo nuestro.
Lejos de ser el destello de mi estrella guía
o el fulgor de mi destino final,
eres el universo colorido, caótico,
de absoluta e innegable vitalidad;
espacio exterior que intensifica la lilácea transmutación de mi ser
desbordante de este amor, que aun te pertenece.
Guardando la esperanza de que nuestros pasos libres de andar
se vuelvan a cruzar; las horas sin fin,
cuentan la kilométrica distancia entre nuestros cuerpos
y el deseo ardoroso de un milimétrico, fugaz y grato abrazo.
Compensación al segundo eterno
en que nuestras almas honestas y comprometidas
se perpetuaron en el amor más puro,
fuerza invencible que destruyó nuestro vulnerable centro.
Agradecida del aroma de tus ojos cafés posándose sobre esta tinta
y tu espíritu franco matizándose en los colores de este,
nuestro instante.
Tonalidades vibrantes que acompañaron nuestras vidas,
largos años de locura y entrega infinita.
Sea esta una apología al amor consumado
y al fin de los tiempos transformado
en el más puro sentimiento que algún día albergué
en la gracia imperecedera de mi alma.
Acaezco perfectamente imperfecta ante ti,
perdonándote, perdonándome,
agradeciéndote, agradeciéndome,
dejándote ir y yéndome,
feliz.