Jorge Briceño

A mi, no se me olvida niña...

Cuando estamos, no nos necesitamos y cuando queremos el día no quiere,

y se nos avienta por el horizonte, 

se nos hace de noche y nuestras bocas nos buscan, 

Nos llaman a gritos, casi telepáticamente; sabemos que ya llevamos los labios secos

y nos aguantamos hasta en la noche para mojarlos.

Cuando estamos tristes, no nos abrazamos ni nos confesamos los errores,

es en la cama que siempre perdemos los temores.

La piel se nos recoge, las pupilas se nos abre, y las venas del cuello se nos hinchan de exitación.

En silencio, a lo clandestino nos tenemos, sin embargo, nuestras manos solo se entrelazan cuando llegamos al monte de vénus

¡Toda una noche de pasión!

Eso si, tampoco se me olvida que de reojo alcancé a ver como las ropas en el suelo, también hacían el amor.