No a todos nos corta la misma tijera,
No todos juramos las mismas lealtades.
Sin tu mano en mi hombro, camino oscuro por las calles deambulantes,
Con los ojos más trizados que siempre, con todo mi calor enfriándose.
Pero no por dar pena, ni por ponerle un nombre o un signo
A todas las flechas cuyo cabo envenenó nuestra ventura.
Pero no por reconocer que es un mineral más el diamante,
Que la perla se hizo de un desecho en el claustro de una ostra,
Tiemblo menos ni duermo mejor.
No por arder como carbón en un incensario
Ni por tragarme hasta la última espina dorsal de mis deseos
Consigo decir mis huesos, tronar nuestra cama, rehacer tu nombre.