I
Pájaros azules revolotean
la ausente primavera.
Exasperan de frío,
cantan a los Hombres
creados para destruir
al bosque lujuriante.
Han construido casas,
en la ciudad la rama,
la piedra, el pájaro estorban
a la ceremonia.
Sobre un montículo de basura
reposan las aves.
Las migajas de pan coronan
la insolente yerba
donde el perro vive el infierno
de perseguir la bandada,
hasta convertirse en siervo
del hombre que pregunta
si toda la vida estará
infestado de alas.
Le es prohibido al hombre
despellejarse de deseos,
y el hombre chifla
entre edificios,
como un insulto
desgaja a las muchachas
que envían mensajes
a la ciega encerrada
en la caseta de la lotería.
Nada asusta más
que un Ser
con el pie suspendido
en la bronca de subsistir,
desanimado por ángeles
que han sido expulsados
a un jardín común.
Nada asusta más al Hombre
que el indigente,
cuando abre la boca,
deja de ser desconocido.
Estoy tras el trigo,
compongo melodías celestes,
que arañan el pecho
y ese hombre teme
que le confundan conmigo,
este pájaro de paraíso
que recompensa a los cazadores
que necesitan trinos.
II
Como antaño,
el hombre saca el auto,
que le convierte en jefe
afectuoso de la tempestad.
El trigo se aparta,
el hombre baja el rostro
hasta la rueda y aplasta.
En el viñedo, una tribu
de alcohólicos de pueblo
busca corazones secos
un grano de embriaguez
contra cualquier bondad
la yerba en trance
acaba de golpear
como si fuese un hacha
los hombres marchan
desgajando abrigos, carteras
desde el montículo,
los pájaros envían mensajes
a la ciega encerrada
en la lotería.
Una verdadera afección
por el número
sostiene al destino.
En el puesto de la ciega
escucho a los pájaros
y niego de cabeza
si pudiera despellejar
el deseo de hombre
estoy tras el trigo
que corta las frases
con ruido metálico
necesito un trino
necesito los pájaros azules
que revolotean
la ausente primavera.
Del poemario Zupia, 2016
Existió una persona que podía entenderme.
Pero fue precisamente, la persona que maté.
Ernesto Sabato