José Roberto Vásquez

HAY FIESTA EN MI CIUDAD

 

 

“Nunca he tenido gusto  por los cohetes ni  por  los juegos mecánicos de feria”, he dicho en la conversación entre seis burócratas sentados a la mesa en el patio de la oficina.

¿Y entonces como conquistas una mujer?, pregunta mi compañera en el almuerzo de un viernes en vísperas de fiestas patronales.

Consciente de que la política es el arte de articular los disensos, he tenido que derramar el refresco para distraer al colectivo que atentamente me auxilia sacrificando sus servilletas para limpiar la mesa.

El tema se deja de lado, pero  la compañera inicia el cuestionamiento individual sobre los planes de fin de semana, quizá para disipar la ansiedad de que el reloj marcador anuncie  la acongojada salida.

En el momento que llega mi turno de divulgar  mis planes, esbozo  el pretexto perfecto.

“No creo que pueda salir ya que tendré que asistir al sepelio de la mamá de un amigo que recién me avisó de su perdida”

“Pues que buena suerte tendrás te vas a divertir jugando naipes con los asistentes”, me ha respondido la compañera.

“señor  del huerto”  he pensado rápidamente ¿y ahora que puedo romper si ya todo ha sido  retirado de la mesa?

Estoy en medio de una amplia reflexión crítica de la realidad y debo tomar en cuenta que  la política se hace en las instituciones donde todo cuenta en contra y a favor.

Afortunadamente el colega  solidario de al lado ha intervenido diciéndole  a la compañera que la práctica de la pokareada no es tema de velorio en la capital, ha sido entonces  ella  quien ha buscado salir olímpicamente de la descalificación. 

Llega el momento en que el ser bueno debe usar mascara.

Cuanta Dimensión planteada en esta fundamental deliberación de juicios, alguna vez imagine que dichos  comportamientos solo se producían en el teatro.

Mi amigo el pulgarcito  ha perdido a su madre, “madre solo hay una”

En la televisión anuncian las próximas fiestas  patronales pese a la exclusión  y pese a la muerte de la madre de mi amigo el pulgarcito.

La misa campesina ha sido reemplazada  por el marketing urbano “todo es seguro” y las remesas se verán agotadas como se verán quienes las han  enviado.

No es la pobreza la que genera consciencia, es el contacto con la realidad. 

Martín Baró sigue advirtiendo desde el pasado sobre lo que está sucediendo  en su  futuro, en tanto  Cortázar sigue hablando del éxtacis de la temporalidad del bien y el mal.

 

Mi amigo el pulgarcito  ha perdido a su madre, “madre solo hay una y si hay dos hay que matar una”, al menos en cuanto no defina otra cosa   la física cuántica.

Ya en cadena nacional  el consuelo relativo sobre la esperanza para los jubilados (MUERTE POR AGOTAMIENTO), es de pésima costumbre escribir en mayúsculas encerradas con  paréntesis.

Un discurso elaborado por un asesor marciano,  el  hoy estadista ya puede ir a dormir tranquilo por que mañana “hay que tratar de ser felices”

Nos han robado la identidad; la identidad como el derecho humano más  preciado

Mi amigo el pulgarcito ha perdido a su madre y su madre lo ha perdido a él.

Ahora es  el monumento de amor a la vida eterna, con vista al reino del pájaro y la nube, solo cuentan  las numerosas lapidas silenciosas que generan  paz en el ambiente local. Al llegar los vivos arruinaran la locación.

Obviamente es para muertos o vivos sin conflicto hipotecario.

Como dice el ex edil de Salamanca en la catedra Cortázar al referirse a la perversión de valores que la mafia conduce.

“El que no tranza no avanza”

Y digo pensando en voz alta, que necesitamos una nueva  beligerancia social que defina prioridades. Surge la pregunta repleta de posicionamiento de marca.

 ¿A quiénes vamos a enfrentar ahora?

 ¡Como si eso importara!

Todo va a estar bien amigo pulgarcito, tal vez hoy no, pero si con el tiempo y la alternancia.

Mi amigo el pulgarcito ha perdido a su madre, y su madre la justicia, espina dorsal de mi amigo 

ha sido muerta y los testigos han aprendido la lección: No hablan, no ven y no escuchan. 

Rumba rumba  rumbero, rúmbala con sabor, es para monseñor Romer