Permito las roncas voces del silencio,
los abrazantes ecos de la soledad misma,
mientras, pienso en los rumores de tu boca
en la quietud que aguarda para extraer un beso.
Y que de oscuridad lleguen raudales,
siempre de tus ojos se opondrá su brillo,
y volcaré en senderos de tu piel perfumados
tantas palabras que te dirán a gritos mis manos;
y cómo si abriese los ojos en la fresca hierba,
en la frágil mudez de tus cabellos renaceré
detenido mi paso en la canción sigilosa de tu vientre
preso de una voz nacida en un camino que llega al alma.
Por eso, te veo en las ausencias del mundo
en la fragilidad que se rompe con un grano de caos,
en un viaje tan secreto como la respuesta que nos niega la muerte;
así, la dulce tiniebla se nos queda mirando,
atestigua de nuestros corazones su vuelo infinito
siempre lejano de aquel abismo del amor enemigo.