Tengo dos pecas
una por cada vez que me emocioné al verlas
y me asusta pensar que no tienen fuerza
como la angustia de permanecer despierta sin escuchar la lluvia
con el ruido de alfiler sobre los techos al caer
la misma que una vez me hizo llorar
por pensar que la luna no era para jugar.
De vez en cuando me permito olvidar tu encanto
por miedo a ser un rato
la supervivencia del pájaro que reprime su canto
el paso inadvertido del gato que no gime
temiendo la lengua dulce
el beso ebrio del elogio suelto
como este verso sin tiempo para perderlo
como el pálido y desgarrador sueño de una nube al mirar el cielo
sabiendo que el sol alimenta los cuerpos que su sombra entristece
por lo que tarde el viento en dejarle un hueco
y vuelva a irrumpir la luz en los ojos abiertos
de gente sin miedo a sentarse en el suelo
la tarde que el frío nos dejó el consuelo de haberse dormido este invierno
por ser el recuerdo del abrigo que no tengo cuando te veo
y encierro el calor que no alcanza el reflejo
del río que ahoga un grito
del vidrio que muestra con descuido mi rostro intranquilo
al pensar que el destino
es el cauce dormido
de la suerte que nunca tuvimos.