Entrega platónica, idilio taciturno.
Puede en una mirada ofrendar la totalidad de sus pretensiones
inefablemente diáfanas,
admiración absoluta.
Se acelera el pulso
tras los pasos firmes y viriles
de tan ansiada presencia.
La piel se eriza al avenido acercamiento.
Aroma almizclado, palo, esencia varonil,
humedece el sur de sus deseos.
Ávida, sus labios degustan el más casto beso,
pómulo arisco, rozagante extensión masculina.
Maravillada se pierde en los vibrantes ecos graves
de su dulce y envolvente voz.
Atenta a descubrir el imperceptible consentimiento a sus coqueteos,
tenuemente descarados,
se abalanza al abismo de morir en el intento.