Me pareció tan bella y callada
y su vestido por sí solo un encanto.
En su sombrero un tul de cascada
que caía frente a sus labios de amaranto.
Su porte era, sí, el de una columna
sobre sus altos tacones en la acera
que pareciera levantarse como la luna
en lo alto del cielo en la primavera.
¡Qué misterio! Qué encanto de mujer!
Sus ojos ocultos tras el velo
hermosos y delicados habrían de ser
como el peinado de su alargado pelo.
Las zapatillas que la calzaban
en esa tarde en que la veo
una sinfonía febril orquestaban
al ritmo seductor de su contoneo.
Y su voz ensoñadora al hablar
electrificaba el cuerpo ... ¡y más!
Causaba inquietud, hacía temblar,
y de no dejarse olvidar era capaz.