Ante mis ojos aparece una luz radiante
que lentamente se transformó en vida:
una esencia celestial de reconfortante
calor que cercenaba todas mis heridas.
Mis manos querían dibujar esa silueta
que se acercaba a la de un ángel puro;
para él era nuevo estar sin su cometa
pero había algo que lo llamaba seguro.
Fui acercándome lentamente a su luz:
mientras más cerca, mas era el brillar
de una llama sagrada llevada de cruz.
Era bello pues su alma se podía tocar.
El ángel me miró fijamente a los ojos
diciéndome que era tiempo de volar:
me prestó un par de alas por antojo
y en unos segundos nos hizo elevar.
Lo único que sé desperté muy calmo
preguntándome lo que eso pudo ser:
ahora, cada noche, duermo tranquilo
porque el cielo en mi corazón tendré.