Al llegar el otoño,
todo es gris,
casi sin iluminación,
como si el universo se apagara.
Todo es compacto,
sin movimiento,
unidad total,
eternidad.
El ser es materia
que penetra la conciencia
hasta convertirla en piedra,
sin subjetividad,
ni ilusiones,
sin sueños,
ni poesías,
sin novelas,
princesas,
unicornios,
demonios,
vampiros,
viajes,
diversiones,
todo se extingue.
El viejo se hace fósil,
polvo cósmico,
sin valor,
un rastro que nunca existió.
El viejo es el hombre sin dioses,
el verdadero rostro
de una humanidad
que anuncia falsos
discursos religiosos y filosóficos
al gusto de los clientes.
Ahí,
moribundo,
sentado en ese banco frío,
húmedo…,
se apaga la filosofía antropológica.