Podría batir a un piano en desuso
junto a un kiosko de recuerdos impares
que vistiera un botón y a lo sumo
en su camisa de vainilla tres ojales.
Podría saltar hasta una hoja de pino
que colgando del amor ultravioleta
le vocea salvaje al neón de un casino
mientras resaborea del uno a la zeta.
Podría peinar un computador vetusto
bajo un crepúsculo de enseres albinos
donde lo filiforme pretende ser curvo
cuadriculando esputos de albariño.
Pero os voy a confesar, no sin susto,
que a mis treinta y dos años sigo
sin apenas comprender este mundo
y por ende a veces ni a mi mismo,
¿alquien comparte lo que digo?.
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