Frankenstein fue un engendro que emergió de una mente
prodigiosa, la de Mary Shelley- como todos sabemos- en
el embrujo suscitado alrededor de una reunión de amigos,
allá por los primeros vagidos del diecinueve, al calor de
una chimenea. Corría a la sazón el mes junio, en una
pequeña villa suiza propiedad de Lord Byron.
Este fue, que se sepa y si estoy equivocado que me lo
hagan saber, el primer hito de lo que hoy llamaríamos
inteligencia Artificial, porque era una suerte de robot
capaz de actuar por sí mismo, es decir, un autómata.
Hoy en día estamos rodeados de Frankensteins sin
percatarnos de ello, porque se han hecho cotidianos.
Todos tenemos un amigo inseparable, el móvil o celular-
para mis amigos americanos- que nos proporciona una
utilidad ya indispensable.
Recientemente estalló una noticia referida a dos bots de
Facebook que publicaron su conversación en lenguaje
máquina, incomprensible para nosotros, lo que hizo
saltar las alarmas de invasión, poco menos.
En no muchos años crearemos inteligencias artificiales
que nos superen en capacidad, y devendremos inútiles,
no hará falta que trabajemos,
¡Tendremos todo el tiempo libre para escribir!
¡Qué bien! ¿Cuándo llegará ese día?
Espero impaciente