Descuartizado se fue el caballo rodando,
menos mal que el cartón no salió caro.
Los niños lo lloraron, no podían creer un final peor
para sus amos, los clientes, los vendedores de
caramelos vieron con horror como se cumplía
un exorcismo manifiesto. Todas las mañanas,
a partir de ahora, le diré a la alondra que se
vaya, antes me avisaba de que el día amanecía
y la alegría a bocanadas se anunciaba.
Ahora que los niños no creen en la piñata y
la deflagración ha dejado impactos comerciales
en los cuerpos de los asistentes, el pueblo entero
calla, supetsticioso y temeroso de que se expanda
el dolor de que los niños caminen sin sol,
sin ilusión, un mundo sin niños no es un lugar
amigable, bien lo saben los ancianos cuando en
clave, maldicen estos tiempos donde a nadie le
importa la historia del caballo, solo vale de lo que
está atiborrado, de cómplices que en su muerte
miran hacia otro lado, ¡se están quedando sin ojos!
SON LOS SUPERVIVIENTES DEL SUPERMERCADO.