Una tarde de sol radiante
me invitaron a un festín,
acudí a la fiesta y en ella
habia una linda dama,
y ella no dejaba de mirarme.
Yo como un tonto esquivaba sus miradas
y entre copas y copas me atreví a invitarla
a bailar una pieza
y ella no se hizo de rogar,
y entre palabras y palabras
ese ocaso fue maravilloso,
porque su mirar era de amor.
Aùn la llevo en mi sensible corazòn,
ella siempre me llama
y dice que yo soy su adoración.