A mi buen amigo traidor prodigo estas letras. Porque no es menos cierto que aunque Dios, aborrece el pecado y ama al pecador, tampoco es menos cierto que aquello que hiciste me sirve de fuente de inspiración.
Sabes, me duele lo que pasó, pero no por ti; más bien duele no haber prestado oídos a quién tantas veces a loa de nuestra amistad me lo advirtió. Pero qué crees, pasó y, lo vi, nadie me lo contó. Fuiste verdugo de la amistad y contra sí mismo tu escabroso actuar perpetraste, y, creyendo hacerme daño ahora te enfrentas; a leer éste poema.
Facineroso actuar el tuyo, disfrazado de amistad, por do quiera soy tu amigo, y, me abrazas y me llamas con esfinge de resentimiento cuando no me puedes hallar. Por eso éste es el último tiempo que te dedico, ahora es cuando agoniza la amistad, porque en cuanto termine de escribir ella morirá.
Muerta la misma, está permitido entonces; del tronco caído hacer leña de usted, pues al menos para carbón ha de valer, carbón que pienso vender para con el precio de ello comprar consuelo porque fingiendo no saber el porqué; dirás que soy yo el mal amigo, necesitando entonces el consuelo adquirido.
Profunda mirada de mujer la suya, o, de hombre quizá, pues al decir verdad, no sé ya, por los ojos de quien miras; locuaz el tiempo que transcurre, locuaz el destino que nos mira, exiguo el viento que te trajo, él mismo te ha de dar llevando. Ésta vez nos veremos, pero en paralelo, no volveremos a juntarnos, de que eso suceda yo me aré cargo.
Es tanto lo que escribir quisiera, que siento vergüenza ajena de que entre párrafos, líneas, y letras, tu nombre floreciera y dado que es pecado el difamar, prefiero estos versos acortar en perjuicio de la filosofía pues tamaña actitud porfía merece algo más que seis versos, pero prefiero a gusto dejarlo sin final, no sea que por causa de mi buen amigo traidor en otros tiempos tenga yo que seguir escribiendo.