En el eco del rumor del oleaje,
el mar destella sus profundos miedos,
lejos de él donde sólo hay tierra seca y húmeda,
corren sigilosos los pensamientos del suicida,
cerca de él un niño apunta con su resortera al suicida
para terminar al fin con tanta hipocresía.
Florecen árboles sempiternos en las algas arcaicas,
la lluvia da vueltas en círculos:
De amor. De dolor. De tristeza. De abandono. De olvido.
De todo lo que causa un radio infinito en el corazón.
Inicia y termina, siempre eterno el círculo.
Huele a pasado, al eco de los besos de aquellos labios.
Se desgarran las aves marinas y terrenales
en su aleteo tartamudo como el de la luciérnaga ciega
que pide a gritos ser mariposa, por el recuerdo de aquellos novios,
por el deseo de reencarnar en el latido sincero del amor verdadero.
Se inundan los cielos de estrellas cenizas,
la negrura de la muerte marchita (viva) aúlla al carcomer del dolor,
en el frenesí de la huida, pide con imploro un segundo más,
pide la extinción de aquellos novios que no somos tu ni yo.
El mar y sus bramidos chocan con la realidad,
esa que es tan absurda para poderme hacer llorar.
Insignificante beso aquel tuyo y mío. De nosotros,
seguimos siendo parte de la lluvia y sus círculos,
cayendo de frente al abismo, intercambiando corazones,
sonriéndole a la muerte y a sus ambiciones,
dejando de lado el suicidio
saludando a la Luna y a sus hijas escondidas
por la tempestad de nuestra vida.