Bajo las uvas
bañadas de la Luna
el deseo de una dama
detuvo mi andar
por el sendero del parral.
Sus ondas encendidas
fueron vocación
canción de la noche
y horas encantadas.
Los labios y la lengua
inflamaron fuegos celestiales
en el ojo y en la carne
en la uva y en el brote.
No había poetas
ni metáforas, ni rimas
no había poesía
era lo sensual lo que valía.
Nos ofrendamos soberbio
nuestro deseo exuberante
en esa fiesta redonda
de la libido, del hollejo
y del lucero
bajo la parra encantada.
No olvidaré las uvas
del verano
ni a la bella señora
de los amorers sin amor
ni a su erótica devoción
con luciérnagas y ranas
por el sendero del parral.
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