aurivetta

IV

Gritos ensordecedores se escuchan en mi interior, aturdida de tanto silencio, asqueada de tanta soledad. Escucho pasos que suben y bajan los maderos de las escaleras rechinantes de tan transitado lugar y, en esa habitación contigua, la que para todos parece ser el portal a la dimensión de la nada… habito recostada en mi lecho, vestida de mortajas sin ánimos de respirar, ya lista para renunciar. Es tan complicado existir, vivo porque mis pulmones contienen aire  pero mi cerebro cansado y mi corazón roto están a punto de extenuarse.

 

Los días transcurren y yo aquí, el efecto de los somníferos me prolongan la vida entre letargos y alucinaciones dentro de esta húmeda y reducida habitación, pero igual sigo sin existir… perdí mi luz esa que nos guía a nuestro interior, cierro los ojos y la poca fuerza que aun albergo en mi, me impulsa a buscar de aquella que nos aleja de nuestro propio ser.

 

Hace un par de semanas los rayos del sol no traspasan mi piel, el temor a las miradas amenazantes y reprobatorias de la gente, me empujan a este abismo en el que se ha transformado mi mundo. La sociedad etiqueto mi subsistencia, para siempre tal vez y con ello me obligan a vegetar siendo sin escapatoria alguien que ciertamente no soy. ¡Inmolada ante el sistema!. Es tan fácil para terceros destruir sueños ajenos… ¡Y esta vez se trata de los míos!

 

Perdí la noción del tiempo… ¿Es de día o de noche?. Hace tan poco ingerí  un par de gotas de agua, solo las necesarias para mantener el efecto de los sedantes en mi organismo, pero no lo suficiente para hidratarme. Estos trapos andrajosos parecen quedarme más grandes, mi tez se reseca y enverdece, ya no manan lágrimas de mis ojos, lloro por dentro y sucumbo por fuera. ¡Cuánto dolor hay en lo más profundo y corroído de mi pecho! Pero inexplicablemente ya siento más cerca la hora aunque no he tenido el valor para acabar en definitiva con tanto sufrimiento, he sido cobarde.

 

Se cuela por la ventana entre las cortinas estáticas un repentino haz de luna, como filosos cuchillos en mis pupilas, recordándome cuan vacía yazco en aquella lúgubre y mohosa habitación sellada por la ignorancia y rudeza de una humanidad descorazonada. Decido súbitamente atontada y algo desorientada levantarme de aquel viejo petate, me dirijo temblorosa y ya sin fuerzas hasta la ventana, esa ventana que me ha mantenido anclada a esta tierra, imponiéndome recibir del exterior códigos de vida; sin más separo las cortinas, desde el tercer piso donde estoy puedo ver con mis ojos nublados y agrietados una ámbar lechuza posada en el flamboyán florecido e iluminada por los rayos de la luna, en parque del lugar, un par de ancianos conversan tardíamente.

 

Esos rayos de luna más allá de penetrar mi habitación y mis ojos, traspasaron mi espíritu. Comencé nuevamente a razonar, a discernir sublimemente el milagro de la vida. ¡Porque todo cuanto veo desde aquí galantea con su existir! Y me pregunto: ¿Qué he hecho de mí?. Sin embargo ¡Este dolor está arraigado muy profundo en mí!. Intento fallido… mi espíritu falleció allí…

 

Tantos sueños secos caen como hojas otoñales en el jardín de mi soledad. Mi vida ya no es la misma, ha transcurrido más de una década de aquellos días terribles en el que mi espíritu murió. Vivo condenada a cadena perpetua con la libertad de encerrar sueños renovados junto a ti y nunca más dejarlos salir. Todo cuanto amé perdí y la vida así es, sin amor no hay existir.