Odio la fe humana
profanadora del espíritu,
verdugo de la paz.
Repugna ver muerte,
escuchar el último suspiro
por el nombre de Dios.
Perece la fe en el vicio del pecado,
decae el amor en la codicia del mejor,
mueren inocentes por el ingrato deseo
de obtener el perdón.
Se desgarra mi mente en el noticiero matutino,
se suicidan mis días en cada ánima caída,
mortuorios sentimientos acompañan al viento
al transportar la vida.
Mundo moderno, de pseudointelectuales, de niños precoces,
de creencias fuera de la razón, regresa el hombre
a los tiempos de inquisición, a los tiempos de matar por pan y agua,
a los días de la nula evolución.
¿Será que somos la desevolución?
Odio en la tierra.
Me desmenuza la mente cada acto de terrorismo,
se alquilan en una supernova mis trozos de alma
viajando en ese estallido a años luz de este dolor
que nunca es efímero, siempre es perpetuo.
Así en este laberinto sin salida
se exilia y regresa el acto suicida,
la guerra política, la guerra de fe,
el poderío de ver quién es quién,
en el camino de regreso por falta de salida,
se esfuman más vidas.
Odio las lagrimas falsas. La sonrisa hipócrita.
El corazón mentiroso. Todo lo inaudito
que destierra al inocente de este vivir.