¡Oh, como susurra el mar
en mi Sagrario!
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Estoy mirando el mar azul…
el corazón se me inunda de
paz al contemplar su belleza
y su admirable infinitud…
Mi alma se embelesa, al ver
como brillan la espuma de sus
olas, la arena de su playa…
y los vistosos colores que
adquiere, cuando el sol se oculta
en el ocaso iridiscente
de la tarde.
Todo es armonía. La brisa
me acaricia el rostro. Me siento
muy feliz. Quisiera volar
hasta el horizonte. Llenarme
de su luz. Hacerme parte de
su línea. Tocarlo. Besarlo:
convertirme en fuego y aire …
¡Qué magnificente es la obra del
Señor, qué grato el momento
que me otorga…!
¡Su contemplación me produce
un gozo inigualable…!
Las gaviotas vuelan sobre el
agua: parecen mariposas
blancas -luciérnagas del día-.
Sus alas son de plata y nieve,
sus giros más suaves que los de las
cometas que planean y se
mueven oscilantes, mostrando
su figura estilizada, como
naos que navegan por el aire…
Mientras las miro ensimismado,
escucho una sinfonía de
Chaikovski… mi pecho es un cáliz
lleno de amor y esperanza.
¡Estoy enamorado de todo:
del mar, del campo, de los ríos,
de las flores, de sus ojos…
la vida se hace Fénix en mi
pecho. Mi gozo es un alba de
alegría. Mi sangre hierve,
mi corazón se inflama…!
Cierro los ojos y doy gracias
a Dios... Y después, corro hasta
su orilla para mojarme la
nuca y bautizarme de nuevo…
¡Oh, cómo susurra el mar en mi
Sagrario… cómo acaricia la
brisa mi frete… cómo aviva
la luz la hoguera de mi alma…
cómo me eleva hasta el cielo
la paz que me inunda… cómo me
embarga el amor tan profundo,
que me sublima y calma…!
Autor: Francisco López Delgado.
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