Estoy en un habitáculo preso hasta que me llame para ser fusilado, como tantas criaturas inocentes que he visto, en mi derecha hay dos pequeños catres que lo ocupan dos anarquistas, antiguos banderilleros de no sé que cuadrilla, frente está un maestro de escuela cojo, se sostiene cuando anda por dos viejas muletas, es muy culto y su cara rebosa bondad.
Los dos anarquistas son personas del pueblo llano, su forma de hablar es muy abierta y sencilla, me reconocieron los tres rápidamente, le he compartido mi tabaco, he estado animando la habitación, pero se huele a la pólvora de esta madrugada cuando sus fusiles descarguen en nuestros cuerpos.
Ya vienen a por nosotros, nos llaman por nuestros nombres y nos han subido a una pequeña camioneta, entre la luna y el alba, los cuatro despacio caminamos, es todo campo, el verde que te quiero verde con mis zapatos los voy pisando, se escuchan los disparos, mi cuerpo cae al suelo, mis ojos ven unas sobras y unas luces, oigo voces a lo lejos.
Una mano me levanta la cabeza y me habla con voz cariñosa, Federico no me recuerda, soy tu Antoñito Vargas Heredia, tu Camborio, también te está esperando Ignacio Sánchez Mejías, ha bajado las gradas con el sudario en las manos para cubrir tu cuerpo después que te bese Mariana Pineda.
La luna se va llorando por la vega de Granada, ha visto como a su hijo ese que en sus poemas tanto la nombraba, por la espalda lo fusilaban, los poetas jamás mueren cuando sus obras son recordadas y a ti Federico, poeta del pueblo, por mil veces que te fusiles cobardemente por la espalda, vivirás siempre con nosotros.
Siempre estarás con el pueblo, el que tanto te recuerda, el que nunca te dará la espalda, porque en cada rincón de sus casas un libro tuyo espera para en la noche a la luz de tu luna reciten tus palabras hechos poema y canción, poemas de sufrimiéntos, de alegrías, de muertes, pero tu Federico sigues vivo todavía.
© José Cascales Muñoz
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19 de Agosto 2017