Miras hacia arriba y te das cuenta de que cada vez estás más cerca de la superficie.
Levantas una mano y sientes el oxígeno rozándote las yemas de los dedos.
Sonríes.
Te preparas para coger esa bocanada de aire tan ansiada.
Tu sonrisa desaparece.
Tus dedos vuelven a estar cubiertos por el agua.
Te das cuenta que empiezas a bajar al fondo.
Algo está amarrado a tus tobillos.
Algo que no logras ver y mucho menos, deshacerte de él.
Vuelves a alzar la mirada hacia esa superficie inalcanzable.
Y te rindes, dejas de luchar contra tu sino.
Y caes a una velocidad vertiginosa y a la vez casi imperceptible.