Bailan su eterno ritual
de disipadas danzas,
adorando a Eros,
las bellas señoras,
entre sabanas etéreas
de nubes y de flores,
que convocan al éxtasis,
pleno de ardor.
El búho de enigmático mirar
contempla inmovil,
a las ardientes damas
que acompañan,
con el veloz cimbrear
de sus caderas,
al roce sin pausa
de ligeras lenguas,
que acarician sin sosiego,
con vehemencia y sin parar.
Son mujeres,
como pétalos de flores,
que vagan en el monte,
danzando y retozando,
con los sátiros ardientes del bosque,
amigos de las ninfas de los rios.
Buscan la ensoñación,
de placeres nuevos
bajo las estrellas,
en las noches de verano,
que con sus paisajes de Luna,
iluminan a las almas,
cuando vuelan,
en voluptuosas veladas,
de ritmo y de ardor.
Y bajo la bóveda celestial,
elevan al infinito,
suspiros, besos y gemidos,
para qué lleguen a una estrella,
y los dibuje el joven Eros
en alguna constelación,
para su eterno contemplar.
Que escapen
esos felices gritos,
con su pasión y su fuego,
acompañando
a la expansión universal.
Se avivan las chispas del cielo,
reflejadas,
en ágiles aguas que corren.
Y los zorzales cantan,
arpegios jamas oídos.
Inspiradas paletas,
pintan en el cielo,
dibujando versos,
de enardecido color.
Y un erótico estallido final,
en su cósmico brillar,
enciende al universo entero.
y lo hace en pedazos estallar.
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