Dedicado a una panadera de Vall d´ Uixo que se me acercó hace unos días al verme pasar por su local para darme un saco de pan para mis perros. Es difícil disimular en mi caso ante mis vecinos, y no lo haré, que he pasado hambre desde que empezó la crisis. Mis perros también han pasado hambre y son los protagonistas del poema que nace al ver a uno de ellos durmiendo como un angelito sobre uno de estos panes que me dio la panadera. Ellos no pueden recordar el hambre, vosotros si podéis recordar al hambre, a la miseria, a la opresión, y todas sus secuelas físicas y psicológicas que siguen hoy presentes en vall d´uixo.
I
El pan es tu almohada
en la que descansa tu vida.
De pan y de sombras han sido tus días.
Los míos de pan y fatigas
desde que ha vuelto el hambre.
El mundo nos aparta
de una patada,
al vernos tan pobres y desgraciados.
Tu con el pan en los dientes.
Yo con el pan en los dedos.
Ni un avaro vivió tan austero.
Se me revuelve la boca,
ante tanta miseria a la que escupo.
Mis entrañas quisieran romper estas paredes,
en las que nos han colocado los codiciosos.
Pan y hambre,
para que viva el perro y el hombre.
Pero tu dormido,
con el pan bajo la cabeza aguantas,
siguiéndome en este camino tan triste,
agradecido por el pan de tus días.
Cuando despiertes,
no sabrás lo que nos espera.
Buscarás tu pan alagre
Pero todo vuelve,
también el hambre,
lloraré contigo,
sin que lo puedas comprender,
las nanas de la cebolla.
II.
Las nanas de la cebolla.
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Angelillo de Uixó y las nanas de la cebolla de Miguel Hernández.