En una de las muchas vueltas de esquinas
que suceden en el camino me encuentro
a una mujer hermosa que caminaba
despaciosamente, como si pesara en sus
vértebras la mucha experiencia y años que
la contemplaban.
Nos topamos de frente, fue inevitable
dirigirnos la palabra:
Yo.- ¿Puedo ayudarle en algo? la veo apurada...
Virginia ( que así se llamaba ).- No se preocupe
por mí, le agradezco su humanidad, estoy
acostumbrada a acarrear el sedimento que
vuelcan sobre mi espalda las personas con las
que me topo.
Estoy segura de que soportas algún pesar, te
adelanto que soy muy buena consejera, ¡anda,
desembucha!
Yo.- Considero que soporto bien mis pesares,
como ves todavía conservo la rigidez de mi
columna pero, si tu razón de ser es cargar con
miserias ajenas...
Te voy a decir en verso la parte de mis penurias
que te puedo ceder:
La patria del ser humano es la infancia.
El cerebro blanco de saber succiona
como colibrí toda la sustancia
que sus ciegos padres le proporciona.
De adulto me percato de ser preso
de los miedos, las inseguridades
de mis padres, los cabellos me meso.
¿Cómo elimino las capas de cebolla
que me sobran y me molestan?
Virginia.- Te voy a responder en verso también,
para no ser menos, ¡vamos, a mí con
jueguecitos!
Respiras gracias a unos bellos seres
que te dieron la vida, sin pensar.
Imperfectos, afanados en cuidar
de su prole según sus pareceres.
Sin sus cuidados no seremos adultos.
En ti está tu búsqueda esencial, ellos
cumplieron su cometido, también
tuvieron, a buen seguro, que eliminar
sus capas de cebolla. Quizás no llegaron
a obtener el nivel de conciencia que
tienes, no fueron tan cultos ni espirituales
como tú...
Yo.- Gracias por tus consejos, hada madrina.
Seguiré tus indicaciones, mis hijos estarán
en la misma tesitura que yo cuando lleguen
a las encrucijadas que les ofrecerán sus
caminos.
Narrador.- Después de este mágico encuentro
todo quedó en un maravilloso recuerdo.
La hermosa mujer de joroba prominente se
disolvió en el rocío del alba para nunca más
cruzarse en su camino.