Quizás la culpa fue solo mía
por no saber
adaptarme a los momentos
que me tocaron vivir.
Pero ya es tarde para cambiar
y el ocaso
me espera agazapado
en cualquier esquina de mí soledad.
Solo me queda esperar
con la tranquilidad que dan
los años
que una ola de mar o una ráfaga
de viento
me acoja entre sus brazos
y me arrastre
violentamente a las puertas
del infierno
como arrastra
a las hojas que caen en otoño.