El sol ilumina el día.
La ciudad en su sitial.
El cura da su homilía
y la gente en su andar,
guiada por su filosofía,
hasta poder practicar.
La ciudad y su decurso,
innato y sagrado lugar,
espacio del ser humano,
su vida, su justa medida,
su objetivo, su colorido,
su inspiración, su poesía.
Lo urbano luce normal,
calles llenas de fragor,
un tráfico descomunal,
con su cotidiano fulgor
alumbra su faz global,
por un mundo superior.
Allí, en las rúas urbanas,
inter actuamos y somos,
tejiendo la urbe social,
con activos ciudadanos,
con identidad e historial,
por siempre, confluidos.
Es el típico bamboleo
de un heterogéneo actuar,
que brilla y oscurece,
que progresa y fracasa,
según sus intereses,
utopías y estampas.
En este vestíbulo crucial,
tiznado de antinomias,
se define el semental
de flamantes historias,
propias del filosofar,
y de eternas memorias.
Así nacen las glorias,
con banderas de cendal,
escuchando las plegarias
de un pueblo inmortal,
donde florecen familias,
con el norte de triunfar.
En este devenir vital
ocurren desatinos
por falta de estrategias,
erosionando caminos,
con arteras blasfemias,
que apocan los destinos
Hilar bien el futuro,
prez de la excelencia,
es un hondo desafío,
enajenado de anomalías,
regando el sembradío,
el debate y las tertulias.
Los absurdos citadinos,
alegan su contrariedad,
pues, unos cincelan odio,
otros, orfebran la paz.
Al final gana el dialogo,
el laurel de la ciudad.