Mía Antonella de Isadora Anaïs

Despertarme y amanecer-te

 

Cuando todas las luces se apagan 

en esas montañas de Mérida 

nacen las dos casitas que llevo tatuadas

en los lunares de mi cuello. 

 

Hay una llave perdida entre tu juego de llaves 

que abre todos los absurdos del mundo 

nacidos en mi mente.

Vive un dragón que glasea el frío

que separa nuestros labios

hasta hacernos arder

tan tenues

en un primer beso.

En sus brasas

consumes el alquiler

que mis lunares le hipotecan a tu boca.

  

Me siento presa

lejos del alcance de tu lógica

liberada en los rincones más secretos

de tu mente.

Beso tus pensamientos

y te invito a bailar

en mi cintura cándida y alegre.

 

Dame por perdida

aunque me encuentre en tus manos todavía.

Estornudé todas tus contradicciones

y aún la alergia se me despierta

en la verdad de lo que eras,

cuando me picas la garganta,

y necesito de tus dientes como dardos

y de tu lengua para rascarme.

 

Te asfixio con el aroma de las puertas cerradas

y los muebles llenos de polvo, 

con las sábanas rociadas por el perfume de mis ángeles y demonios

cubriendo todos los recuerdos que aún no existen

si no me respiras, 

si no tocas la puerta, 

ni entras,

ni te quedas a vivir de alquiler en mi yugular.

 

Amor, quédate a mi lado, 

donde existen ventanas cerradas toda la noche 

y abiertas todo el día. 

Con el rincón del mundo donde guardo mis secretos

más profundos y bonitos

dibujados en mi silueta junto a la ventana. 

 

Guarda mi recuerdo

entre las estrellas como esa llave perdida,

libera toda tu amargura al abrirme. 

Repíteme lo poco especial que era,

y repíteme en otros errores.

Lléname el corazón con la tinta de pulpo

que escupe ese monstruo marino

que llevas en las entrañas.

Déjame nadar en tus lágrimas por siempre,

vuelve tu llanto mi hogar

y no me llores.

Invádete de esta desesperanza

que nos dice que algo debe haber mal en el mundo

cuando este deseo transatlántico nos inunda el cuerpo,

hasta arder buscándonos  y olvidándonos

en otros cuerpos,

en todos los fuegos que no nos convierten en ceniza

cuando la llama de tu pecho se apaga,

y dejas congelar el dragón que vive en mis entrañas.

 

Cuando me dejas dormir en tus recuerdos,

al arder y consumirme lentamente ,

en el perfil de mi cuello

bordeado por tu lengua.

 

Todas las luces se apagan en esas montañas,

y desde tu cama nacen nuevas luces. 

Centelleantes te enseñan

los mismos secretos escabrosos e incomprendidos

que te describo, canto, recito y leo

bajo las cortinas corridas de tus párpados

cuando los cierras y me besas.