Alberto Escobar

Pegaso

 

 

Cuenta la leyenda que Perseo, hijo de Zeus, decapitó a Medusa,
una de las tres gorgonas, y de su cuello brotó Pegaso. Al poco
tiempo de nacer, Pegaso golpeó el suelo del monte Helicón y de
este golpe surgió un manantial que se considera la fuente de la
inspiración poética.

 

 

 

 

 


Me contaron que hace tiempo, casi desde que aprendí
mis primeras letras, me persigue un caballo alado que
tiene el don de la invisibilidad y la ubicuidad incesantes.

Ahora que reparo en esta contingencia recuerdo en mis
oídos un batir de alas en el negro profundo de la
madrugada -cuando el sol moría plácido en el abismo
de su sistema- que me estremecía en sueños de ángeles
de tinta china.

Quiero recordar además relinchos a deshoras, cuando
mi honra se debatía entre el estrépito de balones de
fútbol.

Sobre todo, y de manera casi visible y palpable, acudía
Pegaso y sus blancos amigos cuando mi padre se
desangraba en sentimiento delante del radiocasete
recitando sus poemas al son flamenco de Paco.

Mi amistad con tamaña belleza animal se disolvía en mi
sangre al margen de mi consciencia, que rendía tributo
a las exigencias escolares, cuya premura cegaba toda
lírica posible.

Ahora, en una de las vueltas de la casualidad, lo tengo
como a un rey en mi covacha con su pesebre bien
surtido.

Me tropecé con él a consecuencia de vientos que me lo
trajeron desde los confines de la magia, me subí sobre
su grupa con toda la ilusión del que huye y piqué 
espuelas hacia los límites de la Gramática, en los cuales
vivo feliz...