Te miro y no te miro, porque
de cualquier forma tú jamás desapareces.
Vas y vienes como la brisa:
mariposa montada en el alma del verano.
Te quiero y no te quiero, porque
igualmente yo nací para quererte.
Y es en vano soslayar este atributo.
Todo está ya consumado como en un sueño.
De tanto corazón quemado, por las brasas de tu ausencia,
me resulta indiferente tu errático vuelo.
Vivo y me desplazo como una flecha salvaje;
corriendo siempre en dirección de tu huida;
buscando en tus pechos una hondonada,
tus ojos impolutos, tu boca purpúrea e infinita.