Las que atropelladamente se dicen,
las que; por temor a exponernos demasiado,
ansiamos que el otro adivine.
La razón rechaza el tono almibarado;
pero el instinto insiste,
es tenaz y es indisciplinado.
¿El deseo?, ese de protocolo no entiende.
Al galope cabalga desbocado
por arterias y demás tejidos abyacéntes.
Deja neuronal e inquietante rastro
en la piel del incauto penitente
que ya del amor, se creía desahuciado.
-Carmen C. Lizarán-