PREFACIO.
De paso por la avenida donde se yergue imponente y majestuoso; talvez habitado por algún sentimiento de mea culpa hice un alto en el camino y reflexionando ante su presencia, reviví esa Epopeya de mis años de oro en esas legendarias hazañas de motociclista temerario que me hizo acreedor de rótulos como “El hombre Increíble – El próximo o El poste te está esperando” Con cierto respeto lo reverencié, quizá buscando en el alguna huella tal vez disipada por las inclemencias del tiempo y el olvido o las capas de pintura que ocultan su historia. Pero aun en mi pensamiento perduran las huellas de esos impactos meteóricos de un pasado que aun late en mis recuerdos y la lista de personas, muchas de ellas conocidas que se inmolaron en ese punto.
Tarde ardiente como el licor que circulaba por sus venas y aceleraba su pulso reduciendo su capacidad para interactuar, su lucidez mental era limitada, cabalgaba en sus caballito de acero sin saber que el destino le tenía señalada una segunda cita, devoraba el asfalto de la carretera a alta velocidad de regreso al pueblo conduciendo de manera muy temeraria, pasó frente al restaurante de su predilección; pero no se detuvo a degustar el apetitoso plato de sopa de mondongo aderezado con vinagre picante y limón que muy a menudo convertía en su majar más apetecido, sentía la urgente necesidad de cumplir puntualmente esa cita de negocios pactada con anterioridad.
Avanzó por esa peligrosa calle que se iba reduciendo a manera de embudo en vertiginosa carrera que lo llevaría a pasar frente a ese “ENIGMATICO POSTE” de cemento reforzado en su base que se alzaba imponente y orgulloso con cierto aire de triunfalismo al final de esa curva peligrosa, irónicamente frente a una de las funerarias más antiguas de la ciudad donde se daba inicio a la avenida que conduce al parque principal, a su paso creyó ver escondida detrás de ese “OBELISCO” una esquelética figura asomando su huesudo cráneo por el lado que da a la avenida observándolo con una sarcástica sonrisa y un tridente en su mano izquierda.
Seguramente pensó que simplemente era el efecto de la insolación y los tragos libados en su finca y continuó su recorrido hasta el centro a finiquitar la negociación de compraventa de semovientes pactada; en el renombrado “Café Imperial” Punto obligado de reuniones donde se debatían grandes transacciones comerciales al amparo de un exquisito café bien preparado por su anfitrión y propietario “El Príncipe de Carolina” con la panorámica del río al otro lado de la calle “La Albarrada” atiborrado de toda clase de embarcaciones fluviales cargadas para zarpar en horas de la madrugada siguiente y con destino a los diferentes pueblos y veredas refundidos en la geografía de esa región anfibia donde la arteria fluvial era la conexión con esta: la cabecera principal.
La tarde era prometedora a pesar del intenso calor; fruto del inclemente verano. Llegó en su moto, la estacionó a un lado de la vía y echó un vistazo a las personas que estaban a su alrededor mientras retiraba de su rostro las oscuras gafas que lo protegían del sol y la brisa, ingresó al lugar atravesando un largo salón donde funcionaba una academia de billar hasta llegar al salón principal y contrario al estado en que se encontraba no solicitó un trago de licor sino que pidió un café bien cargado tal vez para bajarle la intensidad al estado en que se encontraba, degustaba su café mientras encendía un cigarro importado que aspiraba y esparcía el denso humo que le salía por la boca y la nariz contaminando y oscureciendo el rincón que había escogido para esperar a quienes serían sus interlocutores en esa tarde en que finiquitarían esa negociación de compraventa de semovientes.
Finalmente hicieron su arribo los dos hermanos con quienes ejecutaría la negociación que se cerró con la firma de documentos posfechados que después serían registrados y autenticados ante una autoridad competente, después de la transferencia sellaron la negociación con el consabido apretón de manos no sin antes solicitar la tan anhelada copa de whiski en las rocas acompañada por un vaso de agua mineral, hablaron de todo, trataron de arreglar el mundo sin llegar a ponerse de acuerdo en ninguna de las formulas sugeridas, llego la noche y se encendieron las luces de neón mientras escuchaban la música de su predilección alimentando un viejo pero lujoso Traga níquel con monedas de la época antes de seleccionar la pieza escogida que generalmente eran rancheras, vallenatos y salsa.
Pero la noche era joven, y el comercio en el centro daba por finalizado su horario al anochecer quedando el centro de la ciudad semidesierto, se acercaron y cancelaron al hombre fuerte de la caja registradora el consumo y se despidieron con rumbos diferentes. Pero esa despedida no sería el final de ese día que recién comenzaba a usar su vida nocturna, abordó su moto y a gran velocidad, porque le gustaba sentir el vértigo en lo más profundo de su alma; se dirigió a un sitio en los suburbios de la ciudad, el cabaret “El Huracán” centro nocturno en la zona de tolerancia donde bellas damas de compañía esperaban a sus “Adinerados Edecanes” a las puertas de ese paraíso del placer con los brazos extendidos y la piernas abiertas, continuó festejando el gran negocio que efectuó esa tarde con su acostumbrado derroche de excesos y felicidad en esa fastuosa noche al amparo de una luz controlada entre el desborde de licor y sexo al puro estilo de las bacanales de los emperadores de la Roma antigua, pasaron las horas y entre copa y copa iba cayendo en el olvido de esa noche sin mañana, tomó, comió y disfrutó de los placeres del vino y la carne que esa noche de parranda desenfrenada le brindó hasta perder el conocimiento y quedar sumido en las lagunas del olvido sin volver a ver, ni oír, ni sentir nada de nada.
La noche agonizaba y el silencio reinante entre cada pieza musical solamente era interrumpido por la brisa que esparcía nauseabundos hedores de residuos de comida vomitada disminuidos por el aroma del anís del aguardiente que flotaba como queriendo perfumar el ambiente, ratas salidas de sus madrigueras deambulaban atraídas por el olor de los restos de alguna comida derramada, por momentos se escuchaba el alarido desesperado de un borrachito tratando impaciente de extraer la última gota de licor del fondo de una botella vacía mientras el amoniacal olor a urea que despedían los excusados visitaba las alcobas donde algún engaño de amor revivido por el fragor del alcohol sugería un llamado a la libido de esas consortes del amor ocasional a la caza de esa alma despechada para despojarla de sus prendas de vestir hasta dejarlo como su progenitora lo arrojó a esta vida
Reflejos de luz sobre las edificaciones dejaban predecir el nacimiento de un nuevo amanecer, el canto de un gallo en la distancia que por momentos era replicado por el lastimero aullido de algún perro callejero lo confirmaban, pero lo embargaba la incertidumbre de no saber que sucedía a su alrededor, sentía la indefensión de su inerte humanidad tendida sobre esa loza dura y fría, sentía la pesadumbre de un sueño entreverado con la velada de la noche que hacía poco había dado por terminada y los acontecimientos recientes que lo tenían en ese estado ingrávido, pero a la vez sentía que estaba despierto, escuchaba voces, llantos y gritos que se colaban entre el aullido sonoro de la sirena de una ambulancia que aumentaba su intensidad a medida que se acercaba, extrañas voces, voces familiares que solo palpaba con el único sentido que le funcionaba a punto de colapsar, con el pensamiento seguía el rumbo del origen de esas voces tratando de saber quién era y preguntarle que sucedía, que hacía ahí tirado en medio de la nada pero no veía a nadie, no recordaba nada por más que se esforzara en adivinar que sucedía, casi no alcanzaba a olfatear los olores de la madrugada que le señalaban la gravedad de los sucesos recientes
Lentamente iban llegando a su mente borrosas secuencias de lo sucedido, empezaba a reconstruir su pasado inmediato en el teatro de los acontecimientos, se sumió en un letargo profundo mientras soñaba que volaba a baja altura por una avenida coronada por un arco iris de flores negras y debajo de este “EL POSTE” en medio de su fatalidad, se erguía majestuoso, imponente y cínico a un lado de la avenida coronado por un ave de alas extendidas y negro plumaje en lo alto de ese obelisco. Resuena aun en sus oídos el eco del estruendo producido por el impacto de su cuerpo con el duro cemento de su base que lo lanzó volando hasta aterrizar muchos metros delante frente a una iglesia que muy temprano abría las puertas a sus feligreses con Jesús Crucificado y al fondo levantando su rostro en un gesto de misericordia por ese hijo que una tarde después visitaría su casa antes de emprender el viaje a la gloria eterna.
F I N.
MMXVII - VIII - XXIV