Tras el galope
acompasado
de las manecillas
del reloj,
veo los días
desgarrados,
y con ellos,
mi existencia
en un turbio
mar ondeante,
tan pálida
y flagrante
buscando una tregua
con el ocio
el tedio y su
desabrido hospicio;
¡Oh hastío!
–Inútil predecible–
¡Cuán sediento estás!
Gustoso de mi abismo
has de beber,
y con tu presencia
mi alma has de roer.
Ante tu velo,
los días son iguales:
amargos,
sombríos,
banales,
se diluyen
como la cera
de una vela
dejando siempre
una gris estela.