Gerardo Barbera

LA PUERTA NEGRA

 

 

 

 

¡Digo la verdad!

¡Mi historia es real!

¡Por Dios, créanme!

¡No cierren la puerta!

¡Puede entrar,

y no quiero ver a ese…!

¡Aléjenlo!

¡No cierren la puerta!

 

Desde niño

los muertos me guiaron.

La Vieja,

siempre sentada

en el cuarto.

Temo a los muertos,

a esas voces nocturnas;

a la Vieja…

y  a la puerta negra.

 

Tengo treinta años,

angustia,  

soledad...,

convivencia con el demonio.

el Infierno existe,

soy su profeta,

“elegido” por el Mal,

es mi destino.

Debo mostrar mi cuerpo,

para que todos crean,

“el pobre nació enfermito”,

“la desgracia de mi hija”.

Un estorbo.

Un no deseado.

Un monstruo.

 

El Otro es un accidente,

produce dolor,

tiene que morir.

Deseo escapar del Otro. 

No podrá seguirme.

En un ataúd

cabe un cuerpo.

Estaré solo.

Y seré libre.

En el Infierno

volveré a sentir su mirada.

Porque ahí,

en el Reino de las Sombras

me estará esperando,

para terminar su venganza.

 

Dos puertas:

la mía y la del Otro.

Detrás de la puerta negra,

Todo lo prohibido.

El Otro es mi muerte.

El Otro está ahí…,

mirándote,

riéndose de ti.

El Otro te odia.

 

 Había llegado

la hora de conocer al Otro.

La puerta estaba

levemente abierta,

comenzó a surgir

una voz oscura.

Me acerqué,

la puerta estaba fría,

húmeda,

el aire era pesado,

mal oliente,

espeso.

Él estaba allí.

El Otro me vio.

El enfermo estaba ahí,

esperándome.

Grité

y corrí como un desesperado.

Luego,

llegaron varias batas blancas.

Sentí ese olor peculiar del alcohol etílico.

Una inyección,

un leve pinchazo.

Desde aquel día,

el demonio comenzó su venganza,

querían encerrarme

en una “clínica de reposo”.

 

Aquella noche,

sentí la mirada del Otro.

Caminé hacia el balcón.

Los autos parecían muy lejanos

El dolor de cabeza era insoportable.

La luz  estaba sobre mi espalda.

Me quité toda la ropa. 

Quería que mi espíritu fuese libre. 

Dos personas de batas blancas me sujetaron.

El Otro reía como un demente.

Pasé un tiempo

en una “clínica de reposo”.

Totalmente solo,

observando la foto de mi madre,

y hablando con la Vieja de ojos azules.

 

La cara del Otro

siempre estaba conmigo.

Mis nervios se deterioraban rápidamente,

tuve que tomar

una dosis mayor de la medicina.

Fui perdiendo peso.

No había nadie en la casa.

Me dolía la cabeza.

Crucé el umbral.

El Otro clavó sus colmillos,

me soltó,

cerró los ojos

y durmió como nunca.

 

Aquella experiencia

se convirtió en un rito.

Yo, el consciente,

sería la víctima.

El Otro,

el inconsciente,

la serpiente.

Fui perdiendo la vida,

el cabello,

los dientes.

Ahora soy un viejo

de treinta años de edad.

 

Hace pocos días,

llegaron varios hombres

que vestían de blanco,

entraron en mi habitación.

Yo me encontraba en el rincón,

débil,

muy débil,

hablando con la Vieja.

Me dolía la cabeza.

Mi muñeca estaba ensangrentada.

“La droga”, dijeron ellos.

 

Detrás de la puerta negra,

el Otro cerraba los ojos,

mientras que su sonrisa…,

seguía en mi mente.