Es el sol, es el día tan hermoso. Que se espera a que nunca se torne gris o con lluvia. Es de ígneo color, en la alborada, en el amanecer tan claro y transparente. Es el sol. Vá de camino hacia la playa, arena y mar. El surfista llamado Frahatu en el mediterráneo. Se convierte en el mejor surfista de la temporada veraniega. Es el número uno en surfear. En demostrar que nadar sobre una ola es fácil, si tienes las agallas de querer montarte en una ola grande y tan inmensa que llegue al cielo, “es una mágica aventura”. Frahatu, decide tomar tiempo, aire, que el silencio se torne denso, que el mar lo lleve hacia esa ola gigante, inmensa, cálida y fría, que el mar no lo ahogue, no lo succione, no lo suprima, no lo haga perder esa ola fantástica en que quiso entregar alma y corazón y deseos de lograr lo que nunca logró. Alcanzar esa ola con su tabla de surfear, tan real, tan fabulosa, tan perfecta, casi alucinadora. Vá de rumbo hacia lo hondo del mar, hacia lo prohibido, hacia lo sustancial de toda agua, su cuerpo casi inerte, moviendo su cuerpo, sus brazos y flotando sobre todo aquello que se llamaba mar. No era su hábitat, no era su hogar, estaba entrando hacia algo tan diferente, tan distinto, pero, él conocía muy bien al mar, era tan perfecto, que queda atrapado de sus aguas, en la sal del mar, del frío calor que da, y de todo aquello hermoso que es vivir en las profundidades del mar abierto. Quiso penetrar más en lo hondo, ir donde nunca había llegado, Frahatu, el sol, el mar, el calor y el frío, la insolación, aunque tenía traje de surfista, pero, el sol llegaba donde la piel sentía el calor y el sudor bajaba como gotas de dolores o lágrimas de penas. Pasa una corriente, la siente amarrar a su cuerpo, atarse a todo aquello que era una corriente submarina, y se dijo: -“camarón que se duerme se lo lleva la corriente”-. Estuvo espabilado, alerta y vió peces amarillos y de colores, y un aguaviva, y seguía adentrando a todo aquello que era mar. La mente de Frahatu, estaba a mil IQ’s de inteligencia, mirando a sus alrededores, como zucumbiendo en un trance, en un lugar donde él no pertenecía a ese mar. Notó que sudaba más de lo normal, el sol por un lado, y un miedo extraño se apoderó de Frahatu. Y pensó en regresar a la orilla, era demasiado tarde aquella tarde, donde el sol penetraba más en la piel, y miró hacia atrás y vió una aleta de tiburón. El tiburón más grande de la historia lo perseguía, lo atrapaba y en círculos lo rondó, lo estudió, lo vió en su tabla y Frahatu mira el ojo del tiburón, un ojo dócil, pero, muy temible, sintió terror, miedo, pánico, pavores en gotas de sudor extraño, y lo cercó como se cerca un jardín lleno de rosas rojas.