Juan Ignacio Clavero

Tanta tristeza que escribirte todavía.



Tanta tristeza que escribirte todavía.



He pasado tantas noches pensando

sufriendo tu recuerdo, que no me deja dormir

¡Mil vidas de desvelo, vaticinio por delante!

Si no hay un dolor más grande que el que tú me haces sentir...

 

Tengo tanta tristeza que escribirte todavía

¡Cuántas lagrimas caerían aún de mi pluma gris!

 se me hace infinito el tiempo y las palabras me sobran

me nace un sin fin de formas que explican cómo morí.

 

Me duele lo que ofreciste, y lo que a mí me falto

me duele lo que te he dado y todo lo que ausentaste

duele lo malo y lo bueno, por sufrido o añorado

duele estar enamorado aunque así me lastimaste...

 

Aún tengo presente el sabor de tus labios dulces,

aún siento el frío de cuando no estuviste allí,

aún siento esas ganas, fervientes de cuidarte,

siento solo aquellas cosas que no quisiera sentir.

 

Si puedo oír esa risa que me alegraba los días

te escondes en los rincones, hoy vacíos, de mi hogar

Si me acuesto y me acomodo, abrazando tu recuerdo,

 te hablo y tan solo olvido, que debería olvidar.

 

Te beso y desapareces, convertida en una sombra

oscura y amarga, que respiro y me envenena,

 mi condena es el amor, es mi insoportable carga,

que me destruye en el alma y de melancolía me llena.

 

La tristeza es perenne cuando me encuentro solo,

 y el silencio me dice que vuelvo a pensar en ti,

la impotencia llora conmigo, soy un solitario corro

que debate en sus lamentos fundamentos del sufrir.

 

Sigo navegando este océano sombrío,

conquistando nuevas formas, agónicas, de vivir,

 es mi infinita caída recordar lo que fue el cielo

que no mitiga ni el fuego del infierno en que caí.

 

Rondo los huecos sangrantes de un interior devastado,

moví a un lado el enojo para bajar más profundo,

atravieso ahora más débil un campo inundado

de palabras y juramentos donde a momentos me hundo.

 

Algo sucio ya, entre lagrimas, yago una celda ceñida

de fotos descoloridas, que creo reconocer;

Es la prisión donde moran las ilusiones perdidas,

los bosquejos de la vida que un día soñé tener.

 

Tras de la mazmorra me veo frente a una puerta,

tiene grabada unas letras -\"Tu perteneces aquí\"-

tras de ella solo encuentro un niño raquítico que alimenta

un ave hace tiempo muerta que aún sueña con revivir.

 

-Eran dos, y una se fue volando- me dijo

y en mis manos di cobijo, a aquel pequeño animal,

-Cuando ella huyó él cayó muerto- y con su mirada vio fijo

a lo lejos con sus ojos, aún húmedos por llorar.

 

Tuve que huir de su llanto que en mi pecho resonaba,

en todo mi ser se internaba  el retumbar de las gotas,

que filtradas de sus ojos se vertían en un suelo

sembrado de desconsuelo y de miradas remotas.

 

Perdiendo la esperanza de regresar algún día

escuché una melodía que me sonrojó al instante,

era un cantar como el de antes, cuando no tuve esta herida,

era un -Te amo- tuyo que se perdía distante.

 

Pensé en correr tras de él, pero no fui tan suicida,

si ya he perdido la vida ¿Cuánto más perderé por ella?

Su voz era la más bella tortura sin medida

que cuanto más me dolía, más en mi mente se sella.

 

Recorro los escenarios como el infierno de Dante

y hallo en cada circulo, lo que tú hiciste de mi,

si me entregue sin pensarlo y ahora vago entre las partes

de un ser irreconocible que solo se ansía extinguir...