Porque un día llamó
el amor
a la puerta entreabierta
del callejón sin nombre,
crecieron ortigas en mi cenicero.
Era un amor desconocido
mitad beso mitad verbo algodonado.
Reclamaba como propio
lluvias de meteoritos
amapolas por la sementera
y ardientes brazos circunvalatorios.
Se preguntaba este amor
por la incomprensión nacida
en aquel recóndito valle
de huracanes sin bozal.
Pisapapeles amarillento impiden
leer el decreto,
surcos de barro
marcan mi mejilla.
respiro a borbotones, grito
y no me oigo
El amor late, galopa,
en corcel de negra crin,
deja su huella en la playa.
Sube acompasada la marea.
Ahora tengo entre mis manos
labios resecos, adormecidos,
a los que entreno cada mañana
en el arte de soportar
horas de tedio en incorruptible
sillón giratorio.
Remolinos de verano
a los que pretendo reconvertir
en suave brisa nocturna.