CARTA DE AMOR..... PARA EL AMOR
Querido amor, hoy salí a caminar y a pensar en ti. Caminé y caminé sin rumbo fijo. Caminaba solo por distracción, miraba el cielo que oscurecía y aclaraba constantemente, pues la lluvia amenazaba. Las golondrinas volaban de un lado a otro, reconocían que la lluvia llegaría pronto y buscaban donde guarescerse. Los árboles bailaban de un lado a otro al compás de la brisa; y yo seguía caminando. Solo quería eso, caminar y pensar, era una forma de distraerme. Pero te cruzaste en mi caminar y en mi pensamiento y entonces pensé en ti. Y pensé en ti sin un final. Fue un pensamiento efímero, como efímero fuiste tú para mí, o tal vez yo para ti.
Pensé en el hoy, en este mí hoy y también pensé en el ayer, en ese nuestro ayer. Pensé que en realidad no había un hoy, ni hubo un ayer tuyo y mío. También pensé que en la explanada que fue mi vida hubo ayeres que me hicieron feliz, con días muy claros y hermosos, donde no hubo nubes ni tormentas, donde las mañanas eran soleadas y las tardes cálidas pero que también se esfumaron como otros tantos días, otras tantas tardes y otros ayeres. Ahí también se esfumó mi juventud.
Y pensando, recordé un ayer que en el ocaso de mi vida te trajo a mí, e hizo que mi vida cambiara. Y así en lo complicada que era mi vida, en mis ir y venir, en nuestras tantas conversaciones, en tus palabras seductoras y llenas de amor, tú y yo nos sedujimos. Jugamos un loco juego de soñar en el amor. Entonces caminé contigo sin prisa y terminé enamorándome de ti. Hacía tiempo, mucho tiempo que no amaba. No sé cuánto.
Ya mi cuerpo era un árbol comenzando a doblarse, mis ramas ya adoloridas y sin fuerzas, mis hojas poco a poco ya cayéndose, cuando en ese ayer llegaste tú, también como árbol ya cayendo, pero aun erguido y aunque tus ramas y tus hojas estaban debilitadas por el paso del tiempo, aun brisaban de un lado a otro acariciándose con el viento, yasí tus hojas volaban y rozaban con las hojas de mis ramas, y en ese cómplice juego de la brisa comencé a sentir esa suave caricia de tus besos; de ese beso que ya no recordaba cómo era. De ese beso que entra hasta al fondo y revive el alma del árbol y endereza sus ramas y reverdece sus hojas. De ese beso tuyo y mío, que rozando nuestros labios como roza la brisa las hojas, lleva música al oído y va bajando hasta lo profundo del tallo, donde mariposas agitando sus alas hacen que las ramas tiemblen, con la sensación de que al fin está llegando el amor.
Miraba los árboles y veía como se doblaba uno hacia el otro y como sus ramas se rozaban y se acariciaban. En un árbol me veía yo y en el otro te veía a ti. Éramos esas ramas que encajaban perfectamente una en la otra; y en esa caricia del árbol sentía tus labios rozar con los míos, tus brazos abrazar los míos y mi cuerpo unirse al tuyo lento y suavemente en una caricia eterna.
Imaginé mirar tus ojos llenos de ternura, de lágrimas y de emoción, y pensé: sin dudas lo amo y lo amé. Y aunque teníamos mucho en común, lo opuesto nos separó. Tal vez el miedo, ese miedo y esa sensación de pensar que ya no podría ser, y temor de pensar que la brisa acabaría con las hojas y las ramas, dejando el tronco desnudo a la deriva, a la intemperie.
Sin duda te amo y te amé, con miedos, con reservas, con locura, con muchos planes, con ternura, con pasión, con hechos. Me entregué a ti en el silencio de mis pensamientos, te soñé en el silencio de mis sueños y en la pasión que no conozco.
Y al final de la tarde me di cuenta que aun caminaba, y caminaba solo por distracción y seguí pensando en ese castillo que construimos, en ese sueño que llegó tarde a nosotros, que como un par de locos sin pensar en el después, soñamos en ese mañana que ya no tenemos, porque el ayer se nos escapó de las manos dejándonos un mañana muy corto, que es el hoy que vivimos.
No es solo intercambiar besos, palabras al oído o apretarse uno contra el otro, o esas miradas cómplice de lo que sentimos. Al principio de nuestras vidas el tiempo es largo e interminable, pero sin darnos cuenta, el tiempo se acorta y el amor se alarga, o tal vez el amor se va. Comienzan a llegar los años y a nevar en nuestras cabezas y la sequía del tiempo agrieta nuestra piel, pero el tiempo del amor está ahí, sigue estando ahí, intacto; esperando que lo rescaten porque el corazón desde adentro no ve, ni ve la piel agrietada, el corazón sigue latiendo al amar sin importar el tiempo que ha pasado. El corazón sabe que en algún momento alguien moró a su lado, hubo fidelidad hacia alguien y de ese alguien hacia ti. El corazón sabía que tú estabas allí y yo me apoyé en ti y tú en mí aunque tal vez no por mucho tiempo.
Mi corazón sabe que tuvo la suerte de tenerte a su lado, de estar juntos, de amar juntos.
Ya los años van cayendo y a través de esos años mi corazón ha llorado por alguien que se ha ido, o por un amor que no pudo retener, pero el haber sufrido por haber amado me ha hecho crecer y evocar momentos inolvidables que dan vida a la vida, pensamiento al pensamiento y recuerdos al corazón. Un corazón que no ha llorado, que no guarda recuerdo o que no evoca momentos, no ha sabido nunca lo que ha sido amar.
Me siento feliz y agradecida a Dios de haber vivido y ver caer la nieve sobre mis cabellos y seguir conservando la sonrisa de mi juventud, la alegría de seguir viviendo y el haber experimentado el amor otoñal que solo se vive en las películas, pero que a mí me tocó vivir en la realidad. Y aunque pasa el tiempo sigo deshojando la margarita de “me quieres mucho, poquito o nada”.
Hay tantas cosas que quisiera decirte, pero finaliza la tarde y ya no hay tiempo, ya no habrá más horas para pasear y pensar, porque al final de la tarde, siempre al final el árbol termina cediendo y cae, dejando solo la huella de que ahí nació, creció y murió. Y en el interior de ese tallo quedó el último aleteo de las mariposas, que tal vez por el tiempo llegaron cansadas y no pudieron sobrevivir al amor.
Un beso.