Pudiste crear tantas cosas, como un pájaro crea su canto.
Amasar tanto trigo en pocos panes.
Pudiste caer, levantarte.
Salir en la noche, dormir en la mañana.
Bajo el leve silencio que el sueño otorga.
Pudiste ejercer la costumbre lectora que decías tener.
Hablar de la luna, de la infinita reflexión filosófica,
de la música, los astros, los dioses en los que no crees.
Pudiste morder frutos y colores,
escuchar los sonidos tras mis labios,
arrancarlos con tus labios.
Soplar el cielo como si fueras Van Gogh:
teclear la noche como Chopin.
O beber el día como el crepúsculo.
Ser la infinidad de mundos para una sombra,
que aún recuerda, con sus dedos, tus cabellos.