Amor, amor, huyamos de la tierra sombría.
Viajemos por la vasta red del universo,
a buscar los alegres planetas diminutos,
habitados por claveles purpurados de rubéola.
Allí, los saleros y los azules manteles,
nos abrirán pequeños mares derramados por las mesas.
Allí, seremos espigas coronadas por la aurora,
o quizás, ruiseñores volando del cielo al día.
No habrá vara que toque nuestros rostros con malicia;
andaremos desnudos por caminos sin señales;
nada ni nadie socavará nuestra dicha.
Y al llegar la noche, sosegados por los dones del abrazo,
pasearemos por las islas de perennes primaveras:
gobernadas por jazmines, que no saben de espadas ni trabajos.