Llego y me siento delante de un espejo.
Miro con torva mirada a quien se sienta
delante, el muy ladino imita mis gestos,
mis ademanes, incluso mis rasgos.
Se me ocurre hacer un guiño con el ojo
izquierdo, con toda la sutileza y rapidez
que puedo, para ver si le sorprendo.
Me doy por vencido, ese hombre que se
sienta en frente, que, por cierto, se
parece mucho a mí, adivina cada
movimiento que aventuro para pillarle
en un renuncio.
Me levanto de la silla, ya asumida mi
derrota y me asomo a la ventana, la de
las macetas.
Me centro en las evoluciones de un niño
rubio, que regatea a cuanto se le cruza
en el camino del gol, menos al portero,
que, gatuno, le hurta la pelota cuando
armaba la pierna diestra para marcar.
Me remonto a mi niñez...
Buscando estímulo para matar el tiempo
se me ocurre encender la televisión, para
ver qué me ponen.
Zapeando me tropiezo con Belén Esteban
traficando con sus entrañas, paro mientes
para embadurnarme de tan alta filosofía.
Nihilismo de mercado...
Abandono las cadenas, que parecen de
váter algunas de ellas, y me decido por la
radio.
Pongo Radio Clásica de RNE y consigo la
paz buscada entre coloraturas y serenatas,
que ralentizan la fiera que llevo dentro,
que se indigna con la bazofia.
Complemento lo clásico con otro clásico, el
flamenco, que es la quintaesencia de mi
legado andalusí.
Y al final, para estar con los tiempos que
corren, me debato entre los sonidos
envolventes de Vaughan Radio, ¡un poco de
listening no viene mal!