Le pedí al destino que me llevara contigo, le susurré con el corazón partido que nos dejara cambiar la historia, que nosotros sí éramos correspondidos y que lograríamos cambiar todo antes de que llegáramos a la estación donde debía quedarme.
Ni él, ni nadie me escuchó, ninguno se detuvo ante nuestro sufrimiento, sólo me observaban a través de la ventana del tren donde tú te marchabas sin mí, tu asiento estaba vacío y tenías frío, quería subirme y abrazarte, pero no podía, no debía y no tenía las herramientas para detener la vida.
Me enamoré, a unos pocos días de renunciar al amor, a un segundo de cerrar mis sentimientos y en el instante donde vi venir tu botecito, sencillito y bonito nadar hacia mí.
Y ya no estamos, o sí estamos, pero lejos del otro; y aún sabiendo de tu ausencia anhelo todas las noches, día tras día contarte mis planes, llamarte y escuchar una risa interminable llena de líneas graciosas, me hace falta invitarte a mis viajes y que me enseñes algo nuevo de cada rincón al que llegamos, pero no, el destino, nos cruzó en la avenida del olvido.